LOS IMAGINARIOS SOCIALES QUE JUSTIFICARON EL USO DE LA VIOLENCIA EN EL GOLPE DE ESTADO DE 1971 EN BOLIVIA
Rocío Estremadoiro Rioja
I. Introducción
Torres – Rivas define a la violencia como “una forma de comportamiento aprendida y socialmente construida cuyo fin es atacar física o simbólicamente a las personas o destruir sus propiedades” (2002: 301). La violencia practicada por el Estado, lo que dicho autor llama “terrorismo de Estado”, se refiere a la utilización, amenaza o tolerancia del uso de la fuerza por parte de los agentes y/o representantes del Estado contra las personas y grupos sociales determinados, expresada directa o indirectamente, práctica o simbólicamente (op. cit.).
Siguiendo el razonamiento del autor, en América Latina, se ha pasado por distintos momentos históricos donde el modo de gobernar ha sido la violencia practicada por el Estado como común denominador no sólo de dictaduras sino también, en mayor o menor grado de algunas democracias[1]. Pero es en las dictaduras donde el uso de la violencia se practicó como la única forma de “preservar el orden”[2], principalmente en la década del 70, donde se vivió un periodo de crisis de legitimidad de los Estados y el status quo en el que varios grupos sociales fueron contagiados de la esperanza que trajeron las ideologías socialistas y de izquierda, luego del triunfo y consolidación de la revolución cubana. Esto trajo la emergencia de distintos tipos de movilización societal, incluyendo el afloramiento de guerrillas en distintos países. La reacción a ello fue encabezada los militares que decidieron “defender a la sociedad de sí misma” (op.cit.: 298) apoyados directa o indirectamente por distintos sectores que vieron peligrar sus intereses en el posible desmoronamiento del sistema político y económico que les favorecía, además de fuerzas externas en una coyuntura de Guerra Fría[3]. Bolivia, con la implementación de la dictadura de Bánzer en 1971, no sólo está al margen de aquello, sino que es prácticamente el primer país que inicia un periodo de dictaduras militares “duras” en la década de los 70 que por sus métodos de persecución a los opositores, los imaginarios sociales que justificaban los autoritarismos, sus objetivos generales y las políticas sociales y económicas, se pueden considerar similares en Chile, Argentina, Uruguay.
Sin embargo, más allá del legado del miedo que se transmite a los ciudadanos como la forma más común de interpelación estatal en este tipo de regímenes, existen una serie de interpelaciones simbólicas discursivas e imaginarias que los llamados “a salvar la Patria” utilizaron para justificar no sólo los golpes de Estado que iniciaron las dictaduras, sino el uso de la violencia contra los que se opusieron al régimen, que, por los abusos cometidos, fue injustificada, arbitraria y desigual y que por supuesto reforzaron el clima de terror en la ciudadanía.
Estas interpelaciones simbólicas que buscan construir un sentido y significado colectivo de los actos de determinados grupos sociales, son lo que llamamos imaginarios sociales que son definidos por Bacsco como “referencias específicas en el vasto sistema simbólico, donde una colectividad se auto representa y genera una identidad” (1990: 200). Siendo los imaginarios la base para la identidad de las colectividades, la relación imaginario y poder es innata ya que el poder se rodea de representaciones imaginarias que lo legitiman y cualquier tendencia política se apoya en esas representaciones con las cuales se identifica y establece redes de oposición. Al establecer estas redes de oposición, en las dictaduras se trató de justificar la violencia ejercida contra esos que se consideraba como opositores, es decir, “los otros”[4].
En este sentido, el objetivo de este trabajo es hacer un breve análisis de los imaginarios sociales que justificaron el uso de la violencia hacia los opositores del mismo por parte de los militares y algunos grupos civiles y políticos que apoyaron el golpe de Hugo Bánzer Suárez en 1971 en Bolivia, imaginarios que siguieron justificando la violencia y la violación a los derechos humanos en el largo periodo dictatorial que vivió Bolivia hasta 1982 y se encuentran en algunas versiones de la historia oficial. Para ello primero haremos una pequeña revisión histórica de los sucesos previos al golpe que intentan explicar de manera general este desenlace, sus protagonistas y sus hechos y posteriormente nos remitiremos a estudiar los imaginarios propiamente dichos.
II. Antecedentes históricos del golpe banzerista
Los periodos de los quebrantamientos de las democracias y el surgimiento de los regímenes autoritarios en América Latina han significado verdaderas rupturas, generalmente traumáticas para varios sectores de la población en distintos países. Una generación de ideas fue perseguida y prácticamente anulada, eliminada y, en el mejor de los casos, reprimida y amordazada.
Muchos factores determinaron estos quebrantamientos, algunos de ellos fueron comunes en América Latina y son susceptibles de análisis generales. Pero también, cada uno de estos autoritarismos puede ser explicado en los contextos nacionales determinados, que les dotaron de características particulares que son entendidas en tiempos y espacios específicos.
Es conocido y analizado por varios autores[5] el hecho de que uno de los principales motivos para la instauración de dictaduras militares en la región fue el afloramiento de posiciones y movimientos de tendencia izquierdista de distintos matices, como consecuencia del éxito de la revolución cubana, que conmovió a miles de jóvenes idealistas y potenció a sectores obreros, campesinos y a viejos y nuevos partidos marxistas.
Como una fiebre, en la década de 1970, no solamente surgieron guerrillas, sino se extendió el sueño de que la revolución y el socialismo podían ser reales. Evidentemente, esta época de esperanza colectiva, es rica en discursos, símbolos y otras expresiones de fuerte contenido ideológico, al cuestionar a Estados que de una u otra manera se encontraban en crisis reflejada en la poca participación y desigualdad de la mayoría de los sectores de las sociedades y en el descontento consecuente[6].
Sin embargo, en Bolivia, una serie de factores y acontecimientos, incluso fortuitos, se entrelazaron a partir de la llamada ruptura del “modelo nacional - revolucionario” (Sandoval, 1979) iniciado con la Revolución de 1952 y truncado a partir del golpe de Estado del General René Barrientos al Presidente Víctor Paz Estensoro.
Los gobiernos de Barrientos, uno a partir del golpe, otro ganado en elecciones posteriores, si bien son concebidos por algunos analistas como ligado a los sectores más desfavorecidos, en la práctica, significaron un retroceso a las conquistas, sobre todo obreras, conseguidas en 1952[7] y un giro a una política económica de mayor apertura a la inversión extranjera, aunque el Presidente tuvo mucho contacto con los campesinos y no fueron tocadas sus reivindicaciones como las tierras repartidas con la Reforma Agraria gracias al pacto militar –campesino promovido por Barrientos[8].
La muerte “accidental”[9] de René Barrientos, dio lugar a un largo periodo de pugnas por en control del Estado por distintas facciones de las FF. AA., que oscilaron entre un Ovando, que nacionalizó las reservas hidrocarburíferas que en el gobierno barrientista fueron adjudicadas a la transnacional Gulf Oil Company, y un Miranda, que organizó un golpe de Estado contra éste acusándolo de “desgobierno” y “ser autor de la nacionalización de las pertenencias de la Gulf Oil”[10]. Así mismo los sectores perseguidos en la gestión de Barrientos salieron a la luz al terminar el periodo de represión, como mineros y estudiantes. Esto se tradujo en movilizaciones y varios golpes de Estado y contra golpes.
El desenlace, se resolvió con el fracaso de un golpe del General Miranda y el ascenso del General Juan José Torres, un hombre de tendencia nacionalista, ligado a los sectores moderados de la izquierda y sobre todo con buenas intenciones, que fue apoyado por 100.000 personas movilizadas en El Alto organizadas por la Central Obrera Boliviana (COB), mineros, fabriles, chóferes y estudiantes que querían impedir el triunfo de Miranda.
Como es evidente, el período del gobierno de J. J. Torres (de octubre de 1970 a agosto de 1971), se caracterizó por una agitación y conflicto de clases y sectores contrapuestos. El movimiento obrero y de izquierda que desde el gobierno de Ovando empezó su reorganización, en el gobierno de Torres se mostró totalmente reconstituido y fortalecido además por la radicalización de las capas medias particularmente de los universitarios. [11]
El IV Congreso de la COB, realizado en mayo de 1970, dio a luz a la “Tesis Socialista” donde, en líneas generales, se establecía que el socialismo era la única vía para el desarrollo de Bolivia, por lo tanto, los obreros debían imponerlo mediante la revolución social. La importancia de esta Tesis radicó en que como nunca sus postulados fueron tratados de llevarse a la práctica, esto se tradujo no solo en acciones directas por doquier, como tomas de haciendas y otros bienes y presión al gobierno para que realice medidas “antiimperialistas” como la expulsión del Cuerpo de Paz estadounidense[12], sino, sobre todo, en la formación de la Asamblea Popular caracterizada como órgano de poder de los obreros, el “primer soviet latinoamericano” independiente al gobierno y que trató de gobernar al margen de éste.
Por su parte, Torres, de origen humilde, además de ser una persona honesta, mostró un nacionalismo ligado a un capitalismo de Estado más que moderado que iba más allá del “institucionalismo nacionalista militar”. Esto se tradujo en políticas como la nacionalización de Mina Matilde, de las colas y desmontes[13], estatización del azúcar, profundización de relaciones con países socialistas, entre otras medidas.
Los hechos arriba descritos, chocaron con los intereses no solamente norteamericanos, sino de las élites nacionales y con el imaginario “nacionalista” de los militares. Así mismo, la constante agitación de la Asamblea Popular generó pánico entre las clases altas y media-altas, los partidos calificados como “la derecha” y el gobierno norteamericano que no quería una segunda Cuba en América Latina. Esto hizo que se desarrollara una conspiración contra el gobierno de Torres y contra el movimiento obrero[14], que culminó con el golpe de Hugo Bánzer Suárez el 21 de agosto de 1971.
Sin embargo, la conspiración se inició desde el primer día del gobierno de Torres. Los seguidores de Miranda no quedaron en ningún momento conformes con la derrota. Eso es demostrado por el hecho de que en un cuartel del ejército, el de Miraflores, los “mirandistas” siguieron atrincherados muchas horas después de las jornadas que pusieron a Torres en el poder. También en Oruro hubo una sangrienta batalla entre las fuerzas populares y militares mirandistas, que no aceptaron el triunfo de Torres.
El triunfo de Torres para los militares “derechistas” era una continuación de la política de Ovando que quisieron extirpar. Por otro lado la movilización de la izquierda era creciente y la conspiración fue vista como un freno a la ascensión de los sectores populares y la izquierda, organizados en la Asamblea Popular. No olvidemos que también estaban los grupos sociales que desde el principio se mostraron contrarios al régimen, como los empresarios privados, parte de la Iglesia, entidades cívicas como el Comité pro Santa Cruz y hasta los Clubes de Leones y Rotarios, fuerzas sociales vinculadas al status quo desde la consolidación del Estado del 52[15] y partidos como el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y el ultraderechista Falange Socialista Boliviana (FSB).
Así durante los 10 meses del gobierno de Torres casi cada mes se tenía que abortar conspiraciones, complots, intentos de golpe, etc. por los militares derechistas y otros sectores. Los rumores de golpe mantuvieron alertas, casi sin descanso, al gobierno y a las organizaciones populares.[16]
Gallardo, Ministro de Gobierno de Torres, admitió que en un principio el gobierno mantenía leales a un grueso de los militares a cambio de cuantiosas sumas de dinero (Gallardo: 1972:19). Pero esto no pudo durar mucho tiempo, esto porque también los conspiradores tenían como sobornar a los militares. Esto sumado al carácter institucionalista y anticomunista de los oficiales que los complotadores supieron manejar y explotar muy bien a nivel ideológico. Así se dio un proceso continuo de alejamiento de la mayoría del Ejército del gobierno de Torres y una conspiración que generó en su seno todo tipo de recursos ideológicos constituyéndose en grandes imaginarios sociales, propios la ideología militar que interpeló con cierto éxito a sectores de las clases medias y campesinos que al final apoyaron el golpe. Los conspiradores se lanzaron a una lucha no solo física y política, sino también ideológica contra el gobierno de Torres y el movimiento obrero y de izquierda. Así, de alguna manera, se formó una identidad y redes de oposición donde el adversario político era totalmente destruido y deslegitimado primero en las mentalidades, para luego serlo en lo físico. Se impusieron mitos, creencias y símbolos, se crearon nuevos sentidos y se reforzó la identidad de los distintos grupos, como veremos más adelante [17].
El golpe se tradujo en un enfrentamiento entre los golpistas y los grupos de izquierda y afines al gobierno que duró tres días. El saldo fue un centenar de muertos principalmente universitarios y obreros. Destaca la violencia ejercida contra los universitarios que en Santa Cruz fueron fusilados decenas de ellos luego de ser brutalmente golpeados por los militares comandados por Selich, Comandante de la unidad militar cruceña “Rangers” y que luego sería Ministro del Interior de la dictadura. La crueldad de estos hechos son ilustrados por un informe de la COB sobre la violación a los Derechos Humanos, donde hay un testimonio: “Nosotros solo escuchábamos ‘hay que matarlos’ ‘ningún perro rojo vivo’... lo único que hicimos fue tirarnos al suelo”. (Citado en Dunkerley, 1987: nota 87).[18]
En el resto de los departamentos, especialmente en La Paz y Cochabamba, otros tantos universitarios, obreros y políticos de izquierda fueron detenidos; muchos de ellos pasaron a formar parte de los “desaparecidos”. En La Paz moría asesinado por un francotirador el sacerdote Mauricio Lefevre. Destaca también el fusilamiento indiscriminado hecho desde helicópteros a una multitud que combatían a los militares con piedras y muy pocas armas en el Cerro Laicacota de La Paz, y la entrada de tanques a la universidad.
De esta manera se instauró la dictadura de Bánzer en Bolivia, que duró más de siete años y fue precedente de la de García Mesa, famosa por sus abusos y su ligazón con el narcotráfico. En el exilio los mismos sectores y partidos de izquierda, junto con Torres y sus colaboradores formarían el Frente Antiimperialista, tratando de combatir la dictadura desde fuera y también de ingresar nuevamente al país. Por su parte Torres, desde Chile primero y Argentina después, realizó una casi solitaria campaña contra el gobierno banzerista, con planes de volver a Bolivia, hasta que en junio de 1976 en Buenos Aires fue secuestrado y posteriormente asesinado.[19]
III. Los imaginarios sociales[20]
No cabe duda que una característica general de las dictaduras de la década de 1970 fue el papel preponderante de las FF.AA. en estos gobiernos autoritarios. Esto sucedió también, como ya vimos, en caso boliviano de la dictadura banzerista. El golpe fue encabezado por los militares y el éxito del mismo fue determinado por el apoyo de la mayoría de los regimientos de las FF.AA. a la caída de Torres[21]. Pero hay otros actores determinantes cuyo apoyo fue fundamental, por un lado la burguesía agroindustrial ahincada mayormente en el departamento de Santa Cruz junto a empresarios, terratenientes, hacendados, etc. que se opusieron al régimen de Torres desde el principio, cuya manifestación, mayormente, adquirió un tinte regional. También ciertos sectores de las clases medias como transportistas y pequeños propietarios se contagiaron del miedo de las clases altas de la “amenaza comunista”. Paradójico fue el apoyo de una mayoría del campesinado organizado en un primer periodo de la dictadura, hasta 1974[22], como legado en la memoria colectiva del pacto militar - campesino hecho en el Gobierno de Barrientos. En lo político el apoyo al régimen se organizó alrededor del MNR y FSB también en el primer periodo de la dictadura. Los imaginarios sociales desplegados por los militares golpistas y los sectores que planificaron la conspiración fueron dirigidos a interpelar a la ciudadanía, pero principalmente a los actores que componían estos tres grupos sociales mencionados.
A continuación analizaremos los que nos parecen los imaginarios sociales más importantes y como lograron construir y reforzar significados, auto representaciones, diferencias, identidades, miedos, prejuicios e intolerancia, en cada uno de estos sectores, según el caso, y que hasta hoy no solamente están vigentes sino han aparecido con fuerza parecida a la de la década de 1970 ante el surgimiento de movimientos sociales de carácter indígena y una incipiente polarización de Bolivia entre Oriente y Occidente.
III.1. El nacionalismo e institucionalismo militar. El imaginario del nacionalismo “puro” y “bolivianista”.
Nunca hubo como en el caso de los militares, una representación colectiva tan arraigada como el “patriotismo”. En el imaginario general de un militar boliviano, “la patria”, así en un sentido abstracto, tiene que estar sobre todas las cosas. Pero ésta “patria” es una patria imaginaria, el concepto no se refiere a nada concreto, más bien es una idealización de lo que consideran “su” país como el “más rico” el “más noble” “el mejor del mundo”, “la amada Bolivia por la que se va a morir”, imágenes que está por demás decir que son fomentadas a los ciudadanos mediante la educación escolar en cualquier país. Pero en el caso de los militares esto suele ser reforzado en su educación “cívica” en los cuarteles. De esta manera, toda la guerra, todo conflicto, cada uno de los presidentes bolivianos se idealizan hasta el punto de no diferenciarlos unos de otros y enaltecerlos por el solo hecho de ser presidentes bolivianos y sucesos “patrios”. “la patria” es lo único que cuenta y todo extranjero, todo país vecino es el “enemigo” potencial de la “patria”, esto aún es más idealizado por las guerras que vivió el país y la consecuente perdida de territorio[23].
Esta representación se refuerza aún más con la ideología “nacionalista revolucionaria” vigente después de la guerra del Chaco. Por más que los militares en Bolivia se caractericen por ser un sector ideológicamente no claro, todos se consideraban nacionalistas, porque el nacionalismo fue visto como sinónimo de “patriotismo”. La manifestación ideológica más clara del “nacionalismo revolucionario” fue el MNR, tradicional partido con tintes populistas que a lo largo de su historia osciló entre corrientes de izquierda y de derecha y en el que militaron en mayor o menor medida los militares de las generaciones que fueron marcadas por la Guerra del Chaco.
En el periodo que estamos estudiando, en un principio los militares, por esa devoción mística a los Presidentes y ese respeto que se inculca a sus superiores se mantuvieron fieles a Torres, que era su Comandante en Jefe. Muchos oficiales, si bien se alarmaron por lo que llamaron el “carácter comunisante” del discurso de Torres, pensaron que era una jerga nacionalista más, tal vez un poco fuera de los límites, pero aún “nacionalista”, se tranquilizaron un poco al ver que Torres se definía como “nacionalista revolucionario”.
Otra característica del imaginario militar, especialmente en los altos mandos, es su férreo “anticomunismo” posiblemente inculcado en la famosa Escuela de las Américas auspiciada por el gobierno de EE.UU.[24]. Este “anticomunismo” hizo ver a los militares bolivianos y latinoamericanos que lo que se definía como “comunismo” era el peor enemigo de la “patria”, la familia, de Dios; en fin de lo sagrado e intocable en las sociedades. Así, para los militares el comunismo fue símbolo de barbarie, idea reforzada por la influencia mediática por uno de los polos en plena Guerra Fría. Circulaban por los cuarteles los mitos más disparados, como el famoso de que los comunistas enemigos de la familia “comen niños” y el que por ser ateos eran “enemigos de Dios”. Pero además, de acuerdo a los discursos analizados en la prensa de la época, empezó a circular el rumor de que el comunismo era una “idea foránea” que nada tenía que ver con la “Patria” y que además, mediante la “alienación” de los “malos bolivianos” (los comunistas) se quería someter al país al “imperialismo comunista”, donde la “patria” y el “boliviano”, sería sojuzgado por intereses extranjeros. Muchas de estas ideas también fueron reforzadas en los entrenamientos norteamericanos antiguerrilleros.
Pero además en 1967, los militares fueron a combatir la guerrilla del Ché, y allí reforzaron un antagonismo incipiente contra el “Castro - comunismo”. Con la victoria frente a la guerrilla, los militares acrecentaron su “nacionalismo”, pero a su vez guardaron mucho resentimiento a todo lo considerado “comunista” porque muchos de sus camaradas murieron en la contienda. A partir de aquí se tuvo la idea de que los comunistas tienen el objetivo de “destruir la FF.AA.”[25], como muchas veces manifestó Barrientos en sus discursos, dejando así, sin protección, a la “patria”. La guerrilla, pues, como base de una red de oposición, quedó muy arraigada en la memoria de los militares.
En este sentido, el “comunismo” fue sinónimo de ideas foráneas y de invasión. A partir de aquello empezaron a ver con desconfianza a todo lo considerado manifestación de la izquierda, aún así fuera boliviana y los organismos obreros no estuvieron exentos de aquello. Se creó en la mentalidad militar el antagonismo comunista- “bolivianista”[26].
Por todo esto los peores temores de los altos mandos militares se hicieron realidad al ofrecer Torres, en el inicio de su gobierno, la mitad de los ministerios a la COB, en ese entonces muy influenciada por ideas marxistas. Al final Torres tuvo que revocar la oferta porque sino el golpe militar hubiera sido inminente.
Sin embargo el gobierno de Torres para los militares resultaba progresivamente muy “comunisante” y el clima de lo que llamaron “ascenso de masas” era un peligro y con las diferentes acciones directas de los sectores populares en este revuelto periodo. Con la creación de la Asamblea Popular, la Tesis Socialista de la COB y las distintas acciones auspiciadas por la COB, los organismos universitarios y los distintos partidos de izquierda como tomas de tierras, de minas, de órganos de prensa que se pensaba “cooperativizar” y hasta el cierre del Centro Boliviano Americano por una multitud de universitarios[27], los militares tuvieron suficiente material para pensar en el advenimiento del “peligro comunista”.
Ante ello, en diciembre de 1970, a apenas 2 meses del gobierno de Torres, salió por primera vez a la luz pública el entonces Coronel Bánzer en un discurso donde presentaba la disyuntiva de este modo: “o se está con la patria o contra ella”, parte del discurso, decía así:
“Con actitud pasiva e indiferente hasta hoy, venimos siendo testigos de apetitos ideológicos extranacionales, la extrema izquierda y la extrema derecha, ambas han hincado los dientes en la entraña patria, ocasionando el vasallaje mental de algunos malos bolivianos... es hora de poner coto a esta vergüenza nacional, es hora de que nos demos cuenta de que la patria resurgirá como fruto de la paz social, el trabajo fecundo y la comprensión ciudadana, es hora de poner fin a la actitud de los traficantes de ideas ajenas, demagogos que mil veces han engañado al hermano campesino, al hermano minero, al hermano trabajador, al hermano pueblo. Esta debe ser la hora de la verdad: o con la patria o contra ella, o respetando las leyes o atropellándolas, con el orden o con el caos y la anarquía, con la sinceridad o con el fraude y el engaño, con la paz o con la guerra, con la hombría o con el servilismo, con la honestidad o con el latrocinio. Es pues la hora de la verdad y nosotros los militares depositarios del honor nacional debemos exigirla a quienes nos comandan y gobiernan”[28].
Este discurso tuvo bastante convocatoria entre los militares tanto que Bánzer se animó a varios intentos golpistas que fracasaron tal vez debido a que aún los militares estaban indecisos por su lealtad castrense a Torres, pero no dejaron de expresar su simpatía por los discursos similares.
Otro factor que parte de la memoria colectiva militar fue la abolición del las FF.AA en la revolución de 1952 y su reemplazo por milicias armadas. Así la lógica de sentido se construyó al equiparar al comunismo con la revolución y a la revolución con la destrucción de las FF.AA. (Zavaleta, 1987). Este miedo a la destrucción de las FF.AA. se agudizó cuando la Asamblea Popular anunció la futura formación de milicias armadas. Decía Bánzer en su discurso:
“Luchen contra los enemigos de las FF.AA., pues también lo son de la patria”[29].
Al equiparar a la “patria” con las FF.AA. más allá de las jerarquías o el origen social de cada uno de los soldados, de la cultura e ideología, sólo definida ambiguamente como ese amor incondicional a la “patria”, en las mentalidades de los militares, las FF.AA. se convierten en un grupo social homogéneo. En una coyuntura dónde el debate sobre las clases sociales era hegemónico en la política, los militares respondían que sólo podía importar la “clase patria” encarnada en esa “gran familia” que eran las FF.AA.[30]. De este modo se trató de reflejar a Bolivia como una gran familia homogénea, sin diferencias sociales y que sólo los “revoltosos” venían a dividir. En una carta abierta al principal líder de la COB, Juan Lechín, Bánzer y otro protagonista del futuro golpe, el Coronel Valencia, advirtieron:
“Mientras ustedes propugnan una división de clases y hasta racial, el Ejercito es anticlasista y antiracista. Es al contrario, el aglutinante que forma la esencia más pura y limpia de la nacionalidad boliviana, pues en él de enrolan todos los ciudadanos, sin ninguna distinción, repetimos solo a condición de entregarse de lleno al servicio de la Patria”[31].
Por eso:
“Nosotros afirmamos enfáticamente que todos los señores generales, jefes oficiales, suboficiales y tropa de las FF.AA. solo tienen una doctrina del más puro nacionalismo, doctrina que no solo se limitan a pregonarla demagógicamente, sino que la practican sirviendo al país en las regiones más alejadas, en precarias condiciones”[32].
De esta manera se reforzó la red de oposición al “peligro comunista”, “el otro” lo constituyeron todos los organismos obreros, universitarios y las más diversas posiciones de izquierda sin importar su condición o diferencias. En la mencionada carta el líder de la COB, Juan Lechín, Bánzer y Valencia lo recriminaron duramente por su “odio” a las FF.AA. y se lo calificaba de “extremista antinacional”:
“Sepa Usted, además que la institución armada desde su Capitán General, su Alto Mando, hasta el último de sus soldados al llegar la hora de la verdad con el decidido apoyo del pueblo patriota de Bolivia, nos vamos a poner firmes en el puesto del deber y no vacilaremos en erradicar cualquier tipo de anarquismo o comunismo, especialmente el que usted trata de imponer no por la fuerza de la razón, sino por la razón de la fuerza”[33].
“Al atacar a las FF.AA. se está infringiendo un grave daño al país, se está contribuyendo a la anarquía, al caos y al desconcierto”[34].
Por último le advirtieron:
“.... nos queda por decirle que el ejercito, que es el pueblo, estará con él y luchará contra quienes pretendan destruir la nacionalidad ahora y siempre”[35].
De acuerdo a este razonamiento, nació en Junio de 1971, cuando los ánimos estaban aún más caldeados, “El Comité de Defensa de la Bolivianidad” liderado por Bánzer y en cuyo manifiesto decía:
“Es necesario organizar la defensa de la nación antes de que sea demasiado tarde y Bolivia entera se convierta en un inmenso campo de concentración comunista”[36].
III. 2. “Caos y anarquía”
Sectores contrarios régimen y sobre todo a la Asamblea Popular y su formación, principalmente empresarios y latifundistas cruceños, en todo el país protestaban por “el caos y la anarquía” reinante en el país y por los afanes “comunisantes”. Si bien existía un clima de movilización social, el gobierno no proponía otra cosa que un gradual capitalismo de Estado, que se tradujo en la nacionalización de varias empresas extranjeras y estatización de algunas minas e industrias, como la del azúcar. Por otro lado, había una política relativamente independiente de EE.UU., por lo que muchas imposiciones de este país fueron derogadas, por ejemplo se restablecieron las relaciones con Cuba y la URSS. Sin embargo, como era de esperarse, fueron afectados con las medidas los terratenientes del Oriente y los empresarios vinculados al capital extranjero, que mediante el control de muchos de los medios de comunicación empezaron a difundir la certeza de que Bolivia estaba progresivamente sumiéndose en un clima de “caos y anarquía”, alentando a los militares a “resolver” el problema. Por ello Bánzer justificó un primer intento golpista en enero de 1971:
“... acepto la responsabilidad que se me atribuye como uno de los gestores del fallido golpe que pretendía fundamentalmente, encausar la vida nacional por la ruta de la paz, el orden, la verdad y el trabajo fecundo, bases innegables del progreso y de ninguna manera la práctica del odio, del rencor y de la demagogia que conducen al caos, a la anarquía y la destrucción”[37].
Por su parte, la Confederación de Empresarios Privados, en pronunciamientos públicos, también alertaban a la población contra “los despojos” y “asaltos a la propiedad”, calificando así las medidas del gobierno de Torres. Decían que toda persona que sea dueña de algo corría el riesgo de ser “despojada”, por lo que todo ciudadano debía sumarse a la lucha. En un comunicado, la Confederación de Empresarios Privados argumentó:
“Todo aquel que sea dueño de algo que codicien los demás debe empezar a escarmentar en cabeza ajena, pues ha quedado de hecho expuesto el riesgo de la incautación armada, sin forma ni figura de juicio”.
“Esto es lo que pretenden quienes se empeñan en la destrucción de Bolivia, mediante formulas y procedimientos que han demostrado su inutilidad en otros países que ya están uncidos al mecanismo de las expropiaciones y colectivizaciones”[38].
Muchos sectores de clase media se sintieron interpelados con estos discursos y también empezaron a imaginar ese clima de “caos y anarquía”.
También en los Clubes de Leones, de damas rotarias y afines[39] no se hablaba de otra cosa que del creciente “caos” que vivía el país. Los comités cívicos de diversos departamentos de igual manera expresaron su protesta en ese sentido y realizaron una serie de paros con cualquier excusa e incluso pidiendo soluciones al gobierno de demandas poco importantes. Contribuyeron también sectores como los transportistas con bloqueos de carreteras. Todo eso era en el fondo un franco boicot al gobierno de Torres. Estas mismas acciones alimentaban la idea de que el “caos y anarquía” se apoderaba del país.
Posteriormente en la dictadura banzerista al recordar el régimen derrocado, justificaban el sangriento golpe y las violaciones a los derechos humanos recordando “el caos y la anarquía” de ese pasado reciente.
Esta idea se constituyó en un imaginario muy fuerte en algunos sectores de la población, lo que los llevó a apoyar el golpe. Es interesante que hasta se escribiera un libro “testimonial” del periodo llamado “Anarquía y Caos”, texto que contiene muchos de los imaginarios aquí descritos[40].
III. 3. “Dios patria y hogar”
Por otro lado, siguiendo la lógica de los imaginarios sociales analizados, el peligro comunista significaba acabar con la familia, renegar de Dios (porque el comunismo es ateo) y por lo tanto “destruir los grandes baluartes de la patria”[41]. Cuentan Gallardo, Ministro de Gobierno de Torres y la que fue esposa de Torres, Emma Obleas, que en los distintos clubes como el Club de Leones y el Rotary Club, “las damas de sociedad” se horrorizaban cuando hablaban de la situación política del país comentando “el avance del comunismo, destructor de la patria y la familia”[42]. Este sentimiento fue capitalizado sobre todo por FSB que si bien aceptaban como un problema la desigualdad en Bolivia y la crisis de ese actual Estado y modelo económico, la solución la resumían en un antagonismo sue generis. En un comunicado decían:
“O socialismo nacionalista o socialismo comunisante, están en juego los grandes valores nacionales: Dios Patria y Hogar”[43]
Por lo tanto el gobierno de Torres, la Asamblea Popular y el movimiento social boliviano representaban no solo la liquidación de la patria o la familia sino también un desafío al mismo Dios.
Es ilustrativo lo que sucedió con el cardenal Mauer, entonces máximo representante de la iglesia católica. Mostrando una gran sensibilidad, ofreció donar algunos bienes de la iglesia a sectores desfavorecidos haciendo una autocrítica a la acumulación de los religiosos. A esto el resto de la iglesia y sobre todo los “devotos” pertenecientes a los clubes mencionados, reaccionaron indignados amenazando “crucificar a su cardenal” por ser un religioso “alejado de Dios y sus preceptos” (Citado en Strengerss, 1986).
III.4. La “clase social camba”[44]
Santa Cruz es un Departamento con grandes recursos económicos y naturales que a partir de 1952, con medidas económicas graduales, se convirtió en el gran reservorio económico del país por lo que creció y progresó rápidamente. Este progreso generó una fuerte burguesía agroindustrial. Mucha de la acumulación económica, de este sector proviene de los ingresos de grandes haciendas ganaderas y del cultivos como la soja y el azúcar, por lo que la Reforma Agraria siempre fue duramente combatida por los hacendados, además de todo intento de una distribución más equilibrada de la tierra. Por otro lado, Santa Cruz sufrió una inmigración de nativos de diferentes países europeos que intentaron no mezclarse con los originarios, siendo también éstos parte importante de la burguesía cruceña.
Como suele suceder en las regiones de desarrollo económico acelerado, se tendió a un regionalismo creciente que intentó diferenciarse del resto del país considerado “atrasado”. Los discursos regionalistas además adquirieron un fuerte contenido racista contra los habitantes del occidente del país, principalmente contra los campesinos de origen quechua y aymara, los denominados collas[45], con rasgos indígenas marcados que son considerados no sólo como “los que no progresan” sino la parte “fea” de Bolivia[46]. Entonces para la burguesía agroindustrial del Oriente el gobierno de Torres no solo representaba un “peligro comunista” al afectar sus intereses con su proyecto estatista, sino que además era un gobierno que representaba al “centralismo colla”. Incluso era objeto de burlas la apariencia de Torres, moreno y de baja estatura. Cuando se estatizó la industria azucarera, mayormente manejada por empresarios cruceños, la Cámara de Comercio de Santa Cruz se pronunció:
“La disposición gubernamental que estatiza la industria azucarera, significa un freno más al desarrollo económico de Santa Cruz....”
“La Cámara de Comercio e Industria apela al sentimiento cívico del pueblo cruceño en el deseo de unir fuerzas en defensa de los altos intereses del departamento”[47].
Diversos sectores cruceños e incluso los más empobrecidos que incluyeron a otros de Pando, Beni y Tarija, comandados por el Comité Pro Santa Cruz, fueron interpelados por esta convocatoria. Los intereses de la burguesía y terratenientes cruceños y del resto del Oriente Boliviano, pasaron a verse como las demandas de todo habitante del Oriente. Zavaleta (1987) explica este fenómeno proponiendo la hipótesis de que en la mentalidad de los cruceños y menor medida benianos, pandinos y tarijeños, bajo una verdadera hegemonía ideológica de los sectores más poderosos de esos departamentos, siempre se tuvo la tendencia a pensar en una referencia de pertenencia: la “clase social camba” cuyo referente de oposición y enemigo era el occidente boliviano o el “centralismo colla” que además tenía el plus de conllevar al “peligro comunista”.
Según Zavaleta (op.cit.) esta representación llegó bastante lejos, muchos de estos sectores pensaron hasta en separar a Santa Cruz del país para declararla país “libre y democrático” y hasta se pensó en anexarlo al Brasil. Gallardo (1991) denunció un plan bastante elaborado apoyado por la dictadura brasileña, previniendo la posibilidad del fracaso del golpe banzerista. Si esto pasaba, se iba a declarar la autonomía de Santa Cruz, Pando, Beni y Tarija (la “Media Luna”)[48], como un país independiente y desde allí se haría la guerra al país “colla” y “comunista” con apoyo de militares brasileños y norteamericanos[49].
FSB fue el partido que más expresó este regionalismo, de ahí que tuvo mucha convocatoria en Santa Cruz. Mario Gutiérrez, cruceño, jefe nacional de FSB y una de las “figuras” del golpe y dictadura Banzerista, justificando sus afanes separatistas, dijo:
“Nosotros no hemos inventado la división de Bolivia en dos zonas geográficas, y las denuncias sobre separatismo de Santa Cruz es una excusa para la intervención punitiva del imperialismo colla”[50].
De esta manera, se puede entender que fue en Santa Cruz el inicio contundente del golpe banzerista, y que obtuvo apoyo importante en otros departamentos del Oriente, a través de una manifestación protagonizada sobre todo por mujeres y niños de clase media y alta y falangistas. Estos últimos mostraron una saña y crueldad sin precedentes contra “los comunistas” muy ligados a los militares comandados por Selich, que solo en las jornadas del 19 de Agosto de 1971 y bajo sus órdenes murieron muchas personas, sobre todo universitarios.
III.5. El pacto militar - campesino
Volviendo a la década de 1960, como vimos precedentemente, una de las características del gobierno de Barrientos fue apoyar ciertas demandas de los campesinos. Así, en este período se firmó un pacto militar –campesino, donde a través de él, el gobierno casi tuvo el control absoluto de los sindicatos campesinos. También, mediante estrategias de carácter populista, Barrientos se convirtió en un caudillo del campesinado, querido y venerado. Pero, al mismo tiempo el régimen barrientista se caracterizó por una política conservadora, antiobrera y antiizquierdista con masacres mineras tristemente célebres[51].
Esta característica antiobrera y antiizquierdista fue también asimilada por un grueso sector de los campesinos, a través de la percepción del “amigo militar”[52], se acostumbraron a ver obrero y a partidos de izquierda con desconfianza y al militar como su aliado.
En un inicio, los sectores campesinos barrientistas apoyaron el gobierno de Torres, confiando en el carácter militar de éste, ya que consideraban a todos los militares “iguales”[53], pero a la vez atacaban en algunos comunicados públicos al creciente movimiento social. La pelea principal se desató cuando otro grupo de campesinos de un sindicato asentado en Cochabamba de tendencia marxista “maoísta”, fracción que participó en la COB y en la Asamblea Popular, hicieron una campaña para romper el pacto militar-campesino, porque lo consideraban un pacto con el “fascismo”. A esto el resto de los sindicatos campesinos reaccionaron violentamente y sacaron sus comunicados a la prensa contra “el extremismo”:
“Nos declaramos en emergencia con el objetivo de defender la intromisión extremista de la COB y CUB[54] en organizaciones campesinas y respaldar plenamente al gobierno del presidente Torres”[55].
Torres también se dedicó a tratar preservar el pacto militar-campesino, pero con resultados parciales, ya que la mayoría de los sectores vinculados al pacto terminaron apoyando el golpe.
Un discurso ilustrativo de la mentalidad de varios líderes campesinos como aliados de los militares, fue el del dirigente de la Federación Campesina de La Paz, Dionicio Osco, cuando mandó una felicitación pública a los Coroneles Bánzer y Valencia, por la carta abierta a Lechín, al respecto Osco justificó:
“Fue solo una felicitación a los Coroneles, además existe el pacto militar-campesino y nosotros creemos que todos los militares son iguales”[56]
La ruptura entre Torres y estos campesinos se dio bastante pronto. Empezó cuando la Federación cruceña de campesinos protagonizó una manifestación, desconociendo al prefecto de ese departamento y pidiendo la renuncia de varios ministros “por ser elementos de extrema izquierda”[57]. Dicha manifestación fue denominada “Marcha contra el imperialismo Ruso – Chino” y la justificaron como una protesta por “la anarquía imperante en Santa Cruz y en el país” y para “impedir que el comunismo se incruste en el poder”[58].
Esta marcha en seguida fue apoyada por la Confederación Nacional de Trabajadores Campesinos (CNTC), sin embargo Torres no cedió y ratificó al prefecto y a los ministros, ordenando la baja de los militares que colaboraron en la marcha.
Contra aquello, los campesinos participantes reaccionaron lanzando una enérgica protesta y calificando al gobierno como “traicionero del pacto militar – campesino y parcializado con la COB y extremistas”[59]. Posteriormente amenazaron con crear una nueva “Central Obrera Nacionalista” y otra Asamblea Popular con carácter de “parlamento de los campesinos” y movilizar 30.000 campesinos armados contra “el gobierno comunista de Torres”[60]. A partir de esto los principales dirigentes de la CNTC se recluyeron al campo agitando al resto de campesinos para que se rebelaran al gobierno y pregonando el viejo argumento utilizado por los militares y empresarios de que los “comunistas son enemigos de toda propiedad”, por lo tanto les “quitarían sus tierras”[61].Dijo Clemente Alarcón, dirigente de la CNTC:
“El gobierno comunista de Torres, con el socialismo que pregona, nos quitará nuestras tierras. Hay que estar listos con armas en la mano para movilizarnos en cualquier momento, y para derrocar al traidor del Gral. J.J. Torres” contamos con el apoyo de fuerzas poderosas”[62].
Clemente Alarcón, dirigente de la CNTC, terminó siendo detenido por el gobierno porque fue encontrado en plena labor conspirativa. Por su parte el resto de los campesinos “barrientistas”, por ejemplo el mencionado Dionicio Osco, fueron encontrados reclutando campesinos pagados para el golpe de agosto, junto con militantes del MNR y FSB.
III.6. La “balcanización” de Bolivia
Muchos sectores militares, la empresa privada, el MNR y FSB se dedicaron a propagar un clima de incertidumbre con el rumor de que si en el país no se le ponía “coto al peligro comunista” Bolivia sería “invadida” ya sea por los norteamericanos, por los brasileños o por cualquier otro país que se sintiera afectado por un “país comunista en el centro del continente”[63]. Incluso en el extranjero corría el rumor de una “vietnamización” continua de Bolivia. Pero también, según extensas declaraciones en la prensa, si se lograba instaurarse el socialismo en Bolivia, sería invadida por los soviéticos, cubanos y chinos. Entonces, sino se ponía el “orden” necesario, no habría salida, el país “desaparecería”. El comandante del Ejercito Gral. Terán, declaró:
“Un extremismo, ya calificado de infantil, parece buscar el caos y hay que decirlo la vietnamización de nuestra Patria”[64]
Por su parte, la Confederación de Empresarios privados de Bolivia advirtió:
“El riesgo de un enfrentamiento entre sectores de importante gravitación en la vida nacional es peculiarmente peligroso en el orden internacional, emergente del aislamiento de Bolivia, que se halla rodeada de regímenes poderosos que creen ver un riesgo para su estabilidad en el establecimiento de un gobierno socialista en el corazón del continente.
Se encuentra pues en juego, en los días que vivimos, la existencia misma de Bolivia como nación independiente y soberana”[65].
Estos discursos y rumores provocaron pánico en ciertos sectores de la población, sobre todo en los militares que imaginaban la “balcanización” de la amada patria. Se creó un ambiente de confusión ideal para debilitar al gobierno y para ganar a más sectores a favor del golpe inminente.
III.7. Rumores y rumores
En este convulsivo período, abundaron los rumores que acrecentaron un clima de incertidumbre que potenció la interpelación de los imaginarios sociales descritos y el miedo colectivo. Primero, casi cada semana de esos 10 meses, se hacía correr el rumor de que, cualquier momento, estallaría un golpe de Estado. El gobierno tuvo que mantenerse alerta todo el tiempo y movilizar en vano a sus tropas de seguridad en una cantidad considerable de falsas alarmas. También la COB y partidos de izquierda se declaraban en emergencia y movilización contra el “inminente golpe fascista” las veces que fuera necesario, gastando energía en vano. Se puede decir, por eso, que tanto el gobierno, los sectores obreros y universitarios y los partidos de izquierda, no tuvieron un solo momento de tranquilidad.
Por otro lado los militares golpistas, empresarios y demás sectores contrarios al régimen, hacían circular el rumor de que Torres “por decreto” instauraría el socialismo en Bolivia y “declararía” al país “nación comunista”, en determinadas fechas (Gallardo, 1991).
Estos rumores venían acompañados de otros referidos a que por esos mismos días se nacionalizaría la banca, el comercio exterior, las empresas telefónicas, lo que propagaba más pánico en los sectores empresariales y clases medias. Según Gallardo (1991) éstas medidas no estaban en los planes del gobierno de Torres y menos la instauración del socialismo “por decreto”.
Así primero circuló el rumor de que se instauraría el socialismo el 1 de Enero de 1971 por ser además año nuevo, incluso Bánzer así justifico su primer intento golpista en ese mes. Después se propagó que era segura la instauración del socialismo del 1 de Mayo, en homenaje al día del trabajador, y fecha en la que se inauguró la Asamblea Popular. Luego se dijo que el socialismo se instauraría el 22 de Junio, fecha en que se realizaría la primera reunión de la Asamblea Popular. Por último manifestaron que se tenía planeado por parte de Torres y la Asamblea Popular instaurar el socialismo el 2 de Septiembre de 1971, día en que la Asamblea reanudaba sus reuniones y que esto fue impedido por el golpe del 21 de agosto. Incluso Bánzer en varios discursos presidenciales hacia alusión de lo “cerca que se estuvo del abismo” porque en septiembre de 1971 “se impondría el castro – comunismo”[66] y que gracias a su “intervención” se evitó eso[67]. Los rumores reforzaron la identidad de los golpistas frente al adversario, el rumor, como diría Bacsco (1990), fue parte importante de lo imaginado.
III.8. “La hora de la verdad”: la “revolución de agosto”
Los imaginarios sociales estudiados se reforzaron y adquirieron matices más claros y definidos en la dictadura. Es paradójico que a partir del 22 de agosto de 1971, al día siguiente del triunfo golpista, la mayoría de la prensa y los portavoces de la recién instaurada dictadura, llamaron al golpe “la revolución de agosto” o la “revolución nacionalista”, por ejemplo el periódico “Hoy” en su Anuario de 1971 con grandes titulares se refería al golpe: “Así se gestó la Revolución de Agosto”. Entre otras cosas se imprimió:
“La revolución había triunfado. Las mujeres cruceñas desfilan durante “La Marcha de la Libertad” en la Plaza 24 de Septiembre”[68].
El escritor de “Anarquía y caos”, Samuel Mendoza justificó así el golpe:
“... Bolivia ha atravesado una verdadera noche negra y tormentosa y nunca el país estuvo tan cerca del abismo.... El caos y la anarquía cundieron tan vertiginosamente, que la caída del país en manos del extremismo rojo era inminente. Cuestión de días, quizás horas o minutos. Nunca la reacción del pueblo fue tan oportuna como el 21 de Agosto de 1971” (Mendoza, 1973:56).
Asimismo Bánzer justificó el golpe en sus declaraciones sobre que “realmente el castro - comunismo se apodera de Bolivia” y como prueba mostró supuestos documentos del ELN, que según dijeron se encontraban en las instalaciones del Ministerio de Gobierno en el periodo de Torres[69]. Asimismo se justificó la feroz represión diciendo que la mayoría de personas que comandaban los llamados “grupos guerrilleros” y “partidos extremistas”, “no eran bolivianos, sino extranjeros, sobre todo cubanos”[70]. Cosas como estas publicó el periódico “Hoy”, sobre la represión y persecución a los opositores por la dictadura banzerista:
“Si inicialmente, al caer el gobierno del extremismo infantilista, supo emplear mano dura para ahuyentar de determinadas zonas del país a elementos guerrilleros que pretendían encender una guerra civil con claro propósito de establecer la violencia, el crimen y la depredación, encaminados a aprovecharse del caos reinante para la consabida “pesca en río revuelto”, cuando su energía pudo restablecer orden y poner en fuga a los guerrilleros, en su mayoría extranjeros, que actuaban siguiendo consignas de La Habana, sus planes se encaminaron a mantener esa paz y esa tranquilidad que la revolución de agosto habría conquistado para el ciudadano boliviano”.
“.... Ardua fue la labor en ese sentido, con una característica, no hubo en ningún caso empleo de violencia, ni en las operaciones que se efectuaron para allanar algún refugio de rebeldes, ni en las dependencias donde se alojó a los detenidos de delitos políticos comprobados...” (!)
“... Hubo trato humano, considerado, absolutamente tolerante para los detenidos, que seguramente en situación inversa, no habrían obrado en forma tan cristiana y generosa”[71](!!)
Bánzer calificó a la dictadura diciendo:
“Se trata, pues, de un gobierno que es de todos los bolivianos y para todos los bolivianos sin otra exclusión que aquellos que torcieron deliberadamente su camino para comprometerse con las tendencias rojas que son la negación de la patria y las guerrillas extremistas cuyo credo se basa en la anarquía, la violencia y el exterminio”[72]
Del mismo modo se justificó el cierre de las universidades:
“La universidad autónoma se consideró territorio libre y sirvió no solamente de asilo a guerrilleros armados en el extranjero para atacar al país, sino de campo de instrucción para subvertores del orden y de arca abierta para mantener toda clase de advenedizos y de robinsones peludos”[73].
No contentos con eso, los militares, además, se dedicaron a cortar por la fuerza los cabellos de todos los jóvenes (“robinsones peludos”) acto cargado de simbolismo que refleja la vulnerabilidad del individuo frente al detentor del poder absoluto.
Pero no sólo se cerraron las universidades, sino varias las instituciones sufrieron de algún modo de represión del régimen. Selich justificó la represión que trascendió todas las fronteras de la sociedad civil:
“Harto era lo que había que hacer en ese sentido, pues, los extremistas habían logrado posiciones no solamente en las direcciones sindicales y en las dependencias del Estado, sino que habían logrado incrustarse, inclusive, en la prensa independiente, en las radios, en las instituciones públicas y privadas, en las entidades cívicas, en las escuelas y colegios y aún en núcleos insospechables como la iglesia, los clubes sociales y los comités de beneficencia”[74]
En este sentido se propagó bastante propaganda justificando al régimen “contra el comunismo”, un folleto del Ministerio de Informaciones de la dictadura titulaba:
“¡El extremismo escupía en la cara a la patria!”
Vemos con absoluta claridad como en este régimen se articularon perfectamente los imaginarios antes descritos para justificar lo injustificable: un gobierno autoritario, las restricciones de las libertades básicas, pero sobre todo la violencia ejercida por el terrorismo de Estado.
IV. A manera de conclusión
En este trabajo hemos pretendido un acercamiento a los hechos precedentes al golpe de Estado del 21 de agosto de 1971 y a algunos imaginarios sociales plasmados sobre todo en discursos mediáticos que justificaron el desenlace violento que significaría la instauración de un régimen autoritario en Bolivia con todo lo que eso significa. Pero, a pesar de todo, la mayoría de los imaginarios y discursos descritos siguen vigentes en algunas versiones de la “historia oficial” para explicar el surgimiento de las dictaduras en Bolivia. Fueron utilizados en las distintas compañas electorales de Bánzer, no sólo para justificar su cuestionada dictadura sino para presentarlo como “salvador de la Patria” y siguen siendo manejados por los adeptos políticos y familiares del fallecido dictador[75]. Así mismo los discursos “autonomistas” sobre todo en el Departamento de Santa Cruz, asombran por su similitud con los del 70. Una cosa similar sucede en Chile en el entorno del también fallecido dictador Pinochet y en los sectores “pinochetistas” que además refuerzan la defensa al golpe con la famosa idea de la “dictadura eficiente y honesta que desarrolló la economía en Chile”, ahora un poco mermada por la reciente puesta a la luz de casos de corrupción de Pinochet y su familia.
Esto nos lleva a una reflexión manifestada en la conferencia de D´aloisio-Nápoli sobre las Madres de la Plaza de Mayo y Osvaldo Bayer[76], sobre la posición de la historia oficial al hablar de la dictadura en Argentina en 1976, incluso plasmada en los informes sobre las violaciones a los Derechos Humanos, que afirmaba que se antepuso la violencia del Estado a una “violencia subversiva” aunque “el Estado se excedió”.
A estos discursos oficiales se oponen versiones alternativas como la de las Madres de la Plaza de Mayo[77], historiadores, políticos o académicos que trabajaron en caso boliviano como Dunkerley, Zavaleta o Sivak. La confrontación de varias construcciones de la historia, de alguna manera, nos permitirán discernirla y así lograr que construyamos un mejor presente aprendiendo las lecciones del pasado.
viernes, 31 de agosto de 2007
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