sábado, 25 de agosto de 2007
El País de la Política sin Brújula
Juan José Anaya Giorgis
A los movimientos políticos hay que comprenderlos observando los objetivos que persiguen y los métodos que emplean antes y durante las acciones que su organización ejecuta. Sólo aquellos que demuestren fortaleza, poder aglutinador y claridad en el camino, tienen oportunidad de triunfo para construir un destino social que a todos alcance e inclusive liberar al hombre de sus ataduras (según el caso).
Pero si por el contrario, un movimiento político adolece de una conducción sólida, desconoce los pasos intermedios que debe transitar para alcanzar los objetivos que se ha trazado, o si más aún estos últimos son, de por si, fines abstractos, está condenado al fracaso, o a ser reabsorbido por sus adversarios.
Los movimientos sociales, protagonistas del escenario político actual (Coordinadoras del Gas, CIDOB, MAS, MIP, CSUTCB, FEJUVE El Alto), tienen entre sus virtudes, por ejemplo, la desmitificación del neoliberalismo, como modelo económico eficaz para resolver los problemas políticos y sociales del país.
Sin embargo, en lo que concerniente a una interpretación cabal de la realidad mundial (la elaboración de un plan de gobierno o la consistencia de su organización política intersectorial) sobresalen más los desatinos sobre sus virtudes, al punto de que su práctica política, coincide con nuestra descripción efectuada en los dos primeros párrafos de esta reflexión.
La derrota de la Unión Soviética, en manos del imperialismo occidental, ha significado graves consecuencias para los países más débiles: los que no logren incorporar sus estructuras productivas en la economía globalizada, ingresarán en una espiral regresiva, consecuencia de su imposibilidad para afrontar los problemas de sociedades que han sufrido violentas explosiones urbanas, y la indiferencia del imperialismo, que sólo conoce dos lenguajes: la economía y la guerra.
Cuando el estaño fue nacionalizado en Bolivia, el país controlaba aproximadamente un tercio de su producción mundial, en una época de la historia industrial, donde esta materia prima era de uso indispensable para la producción. Aquello le otorgó al país, un importante margen político de negociación para la definición de políticas propias, frente a los intereses norteamericanos y de la Europa Occidental.
Pero actualmente, la economía boliviana controla un segmento casi imperceptible de la economía mundial, de modo que en los hechos, el país depende del mercado mundial, pero no ocurre lo inverso, es decir, no existe dependencia del mercado mundial, respecto a nosotros. La propia economía del gas no trasciende el ámbito regional, y las reservas comprobadas son demasiado pequeñas, en relación a las existentes en otros países del mundo.
Esta es la realidad material de la coyuntura mundial, que a nadie gusta mirar o decir. Frente a ella, los movimientos sociales mencionados, se han encargado de prometer solución para todos los problemas, pero han olvidado decirnos cómo piensan hacerlo. Se nos presentan como profetas de la denuncia, vendiendo bálsamos milagrosos que aseguran cura para todo mal socioeconómico, pero lo cierto es que estos no se resuelven por la intermediación de las artes ocultas, y a pocos meses de las elecciones nacionales, no han dicho ni una sola palabra acerca de su proyecto o estrategia para industrializar y exportar el gas, o como piensan resolver las deficiencias del sistema nacional de salud y educación, por ejemplo.
En cambio nos dicen “hay que refundar Bolivia”, pero cuáles son los vínculos, entre la gama de cambios jurídicos posibles a introducir por una Constituyente y la industrialización del gas, nadie lo sabe.
No negamos, que entre las implicaciones factibles de la Asamblea Constituyente, cuenta la de ampliar la legitimidad política del Estado boliviano, a través de la redefinición del sistema representativo o solucionar problemas inherentes al control sobre la propiedad de la tierra. Sin embargo, de ninguna manera será a través de tal artificio que se resolverán los problemas económicos de fondo en el país. En realidad, su advocación tiene más el cariz de una herramienta política para alcanzar el poder, que la de una herramienta genuina para solucionar la crisis económica que el país vive. Denunciar esta perspectiva de los hechos, constituye un debate que los bolivianos no podemos ignorar.
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