Dedicado a Guillermo Cabrera Infante,
el único anticastrista a quien le permitiría
encenderme el cigarro.
Desde mi escritorio, entre la puerta entreabierta y una esquina del monitor de la computadora, tengo un ángulo de vista que cubre casi todos los rincones de las estaciones de trabajo. Desde aquí, he podido observar muchas cosas en estos cuatro años, algunas al punto de hacerme sentir testigo de un crimen, otras cómicas que derrumbaban mi natural introspección, pero las más de la veces he visto pasar las cosas como aquellas cosas que no tienen mucho sentido. Pero hubo una escena, digo hubo porque ya hace días que no se repite, que constituía uno de los pocos sagrados rituales de este espacio laboral: ver a uno de los compañeros encender con toda pasión el cigarro, acompañado de una tasa de café.
La causa de la ilegalización de aquel ritual puede leerse en la pared de la oficina: “Prohibido Fumar”. La condena antes de quedar colgada ahí, fue leída por el heraldo (nuestra secretaria, una señora capaz de quemar a los fumadores) en presencia de todo el personal, y al terminar añadió: “nada bueno puede salir, compañeros, de ambientes contaminados por el tabaco”. Lo cual desató una exclamación afirmativa de seis de diez personas que formamos esta dirección, lo cual no dejaba de darle un tono de clamor popular a la medida. Ramón, aquel fumador, no tuvo mas remedio que rendirse democráticamente y resignarse a encender su cigarrillo en uno de los pasillos del segundo patio del edificio, adonde a veces lo alcanzo, también a encender el mío.
Ahora mismo, tengo un cigarrillo sin encender mientras escribo esto (ayuda a calmar la ansiedad), hace rato que le vengo preguntando a mi reflejo en el monitor, cómo vine a caer en el vicio. Una de las primeras imágenes que recuerdo de esto tiene la forma de una pipa, ya era fumadorcito intuitivo y clandestino, la primera vez, como suelen ser las primeras veces, fue algo decepcionante; definitivamente era la primera y más desagradable resaca de mi vida. No fue hasta los catorce años que nuevamente empezó a interesarme el tabaco, por entonces ya me había atrapado el cine, donde el humo y el tabaco atropellaban sin prisa en cada cinta, además, había encontrado en la sala de cine la guarida perfecta donde disfrutar de aquel sereno privilegio que por entonces me negaban los años; confirmando que el tabaco y el cine están hechos del mismo material del que están hechos los sueños.
Pero, ¿un fumador nace o se hace? Salvándome de las opiniones expertas, yo soy un fumador que se hizo. Si bien crecí sin delicadezas, durante mi juventud fui lo que podría llamarse un fumador iconográfico, es decir, todos mis íconos hogareños estaban llenos de cigarros, puros o pipas; entre aquellos destacaban dos enormes pósters que vigilaban desde mi pared, ahí estaban el Che y Fidel, juntos, como un tótem mágico, magos barbudos haciendo revoluciones prestidigitadas con un puro como varita mágica. Quizá la culpa de todo esté relacionada a esos pósters, es decir a Cuba. Si bien lo mío hasta entonces era el simple y humilde cigarro, no puedo negar que siempre tuve una gran curiosidad por los habanos, además, había escuchado una serie de historias sobre ellos, la más memorable fue que se los fabricaba sobre las piernas de bellas mulatas. Años después, una de las primeras cosas que hice cuando me encontraba en la Habana fue asomarme tardes enteras a las ventanas de las fábricas de tabaco tratando de encontrar dulces negritas torciendo suspiros y puros entre sus muslos. Puras mentira de algún freudiano frustrado al ver que a los puros los torcían las manos peludas de hombres, y que el destino de aquellos objetos oscuros fálicos, era en su mayor parte, las bocas masculinas. Ese fue uno de los muchos mitos que se me esfumaron. Pero es en la isla donde mi asombro por el tabaco fue in crechendo, todo el mundo fumaba: uno podía ver mujeres fumando desde los balcones o las gradas de rústicos callejones, niños fumando a espaldas de sus padres y madres en aquellos mismos callejones, y hombres fumando por todas partes. Cabrera Infante, de quien en la Habana fui vecino, vecino en el espacio no así en el tiempo, decía que a Cuba deberían haberle puesto Tabaco, y no a Tobago. Caminar por la Habana en compañía de un exquisito habano entre los dientes, es una sensación que no pude superar ni siquiera cuando me tomé dos margaritas, en isla Margarita.
Sobre el tabaco existen varias historias y versiones, desde la etimología árabe (tubbaq), hasta historiadores que le daban diversos orígenes, incluso formas. Pero lo cierto es que el tabaco fue encontrado en nuestro continente, en Cuba, aunque en el nuevo mundo había ya otros indios humeantes: se sabe que los Mayas fumaban en pipa, que los Aztecas aspiraban el tabaco, viajeros portugueses encontraron hombres que fumaban en Brasil y las regiones amazónicas; de ahí hacía el sur el humo se disipa: en Ecuador, Colombia, Perú y Bolivia los indios mascan coca, y en el Uruguay, Argentina y Paraguay los indios bebían mate como los chinos beben té; más abajo están los indios patagones de Tierra del Fuego, que tenían mucho fuego pero poco humo. Al norte, en Canadá, navegantes franceses vieron las pipas de los Sioux, los Cheyennes y otras tribus, por todo aquello no hay duda de que la planta es una aborigen de éstas tierras, si algo hicieron los europeos fue transformar el rudimentario artefacto del “mosquete de papel” en la obra de arte que es el Puro, pero aun así la transformación tuvo lugar en Cuba.
A parte de soportar el peso del bloqueo, también soporta el peso de haber corrompido al mundo con semejante vicio, sin embargo en la tierra del tabaco tuvo que ser Fidel el primer dirigente cubano en fumar puros en público. En las grandes concentraciones el puro de Fidel era el contrapeso pardo de su mítica pistola, era de hecho otra arma más, tanto así que ahora se sabe que la CIA había tratado de asesinarlo precisamente usando puros explosivos. Pero en la isla socialista, el mejor puro que existe, el Cohiba, no es precisamente el puro comunista que el Che Guevara deseaba para el hombre nuevo, sino un puro para puros millonarios, aunque claro, sigue siendo de lejos el único lugar donde uno puede comprar puros a montones. Poniéndome a tono con las nuevas prohibiciones, para hacerlas más efectivas deberían obligar a fumar solamente puros, con la crisis económica a ver quien los compra; alguien que conocía de economía y de tabaco fue Carlitos Marx, que era incapaz de dejar de fumar, su amigo Wilhem Liebknet, decía de él: Marx era un fumador entusiasta, apasionado incluso. Como en todo lo demás que hizo, como fumador era desenfrenado. Ya que el tabaco inglés era demasiado caro para él, cada vez que podía comprar puros procedía a mascar la mitad, para acentuar el placer o acaso para doblarlo (¡eso es plusvalía!) Sin embargo como los puros eran muy caros en Inglaterra, entonces siempre estaba a la búsqueda de puros baratos.
Volviendo a Cuba, durante la colonia española el primer Habano de la cosecha tenía que ser enviado al rey, aquello se llama fumata reale, pues bien, en los primeros años de la revolución uno de los primeros en fumar lo mejor de la cosecha era Jean Paul Sartre (fumata existenciale). Desde su visita a Cuba en 1960, Fidel le enviaba una caja de habanos de primera, así Sartre y Simone de Beauvoir se reunían cada mañana en Saint-Germain-des-Prés, con Camus, Raymond Aaron y Boris Vian para beber alcohol, y fumarse aquellos habanos, o simplemente pipas y cigarrillos. Después del "mayo francés" Sartre se convirtió en icono para muchos jóvenes intelectuales marxistas que no dudan en imitar sus gafas de miope, su talante melancólico y la costumbre de fumar en pipa.
Si bien mi debut con la pipa fue bastante temprano, en esa materia continuaba siendo un fumador icnográfico, por cierto elegir una pipa es una operación que debe realizarse con sumo cuidado, existe una adecuada para fumar en casa, en el trabajo o la calle, también se la elige en función de su estética, la marca, el peso y la longitud, etc., etc. Pero en mi experiencia eso “ni fu, ni fa”, simplemente porque no me dejaron elección: mi primera pipa llego envuelta en un papel celofán, mi futura ex esposa me lo había traído en el día de mis cumpleaños, y junto a ella mi primera picadura de tabaco, fue ahí donde aprendí significativamente que cuando uno fuma una pipa no está fumando sólo tabaco, con cada pipa fumas: anís, miel, bergamont, boit de rose, canela, cascarilla, casia, raíz de violeta, geranio, mentol, nuez moscada, hierbabuena, romero, sándalo, vainilla, valeriana –y salvia, que brinda al fumador todo el encanto de un viejo sabio, a todo eso se le añade el tabaco, aceites y perfumes. No es de extrañar que el humo de una pipa huela a arco iris, y ese aroma despedía por aquel tiempo mi vida de joven indocumentado. Lo que Oscar Wilde dijo sobre la música es aplicable al tabaco: siempre te hace recordar un tiempo que nunca existió, y el humo necesariamente trae nostalgias de lo que debía haber pasado.
En este momento me resulta tan absurda aquella sentencia de que nada bueno podría salir del espacio de los fumadores, cuando un aspecto único del tabaco, es que hubo y hay verdaderas obras maestras hechas bajo sus auspicios. Por ejemplo el habano desde su gestación viene de la mano de la cultura, de la literatura, mientras yo me encontraba en la Habana buscando bellas mulatas torcedoras de tabaco, en su lugar encontré hombres trabajando en silencio en una enorme sala, y en el fondo sobresalía uno que leía con voz firme y resonante un libro: el lector de tabaquería. Su trabajo consiste en leer en voz alta mientras los torcedores trabajan, es decir, el puro nace arrullado por las más bellas obras literarias, sólo así se entiende que exista fumadores hasta en un libro para niños, como la oruga de “Alicia en el País de las Maravillas”; y es que la relación del tabaco con la literatura es de siempre, ya en 1863, Mark Twain fumaba puro puritos baratos, aunque su preferida era la pipa que fumaba “Tom Sawyer”, la de mazorca de maíz. Su acercamiento al tabaco se produjo cuando surcaba las aguas del Mississippi, emulando a los viejos lobos de mar. Sus obras “Las aventuras de Tom Sawyer” y “Las aventuras de Huckelberry Finn” (dos jóvenes fumadores de pipa) despertaron el fervor de un público juvenil, que está inmortalizado en sus obras como clásicos de la literatura. Twain poseía un sentido del humor legendario, dijo en una ocasión: El hombre es el único animal que fuma o que necesita fumar. Y añadió: Dejar de fumar es fácil, yo ya lo dejé unas 100 veces.
Recuerdo a un amigo, artista plástico, que tenía una rara aversión hacia el alcohol, sin embargo lo que no podía tomar se lo fumaba, inversamente a lo que pasaba con Allan Poe que se bebía casi todo lo bebible (excepto agua), pero Poe no fumó mucho, pero sí los personajes misteriosos de sus cuentos. Cabrera Infante afirma que es en inglés donde más abundan las referencias al tabaco (en Francia, España y ésta parte del mundo aún se llama “smoking” el traje de etiqueta nocturna), y no es para menos, existen famosos fumadores en la literatura inglesa, hombres de cigarrillos, puros o pipa, uno de ellos es, “elemental”, Sherlock Holmes, son extraordinarias las narraciones de Watson acerca de su “pipa vieja y grasienta”. Otro grande es Tolkien, quien antes de escribir “el Señor de los Anillos”, era el verdadero Señor de la Pipa, Tolkien plasmó el arte de fumar tabaco en pipa en la comunidad de Bilbo y los Hobbits. Tanto en sus escritos como en la adaptación cinematográfica, el habito de fumar hierba para pipa se extiende desde la Comarca a las Tierras de los Hombres y mas allá.
Un celebre fumador, francés, fue Arthur Rimbaud, que en incontables poemas consagra al tabaco: Mi triste corazón babea a popa/ mi corazón lleno de tabaco/ sobre él arrojan escupitajos/ mi triste corazón babea a popa/ bajo las burlas de la tropa/ que suelta una risotada general/ mi triste corazón babea a popa/ ¡mi corazón lleno de tabaco/. Recuerdo sus autorretratos con la pipa entre los dientes, caminando mientras hojea libros; fue durante su infancia cuando descubre el placer de las largas caminatas (símbolo de lo que será su vida más tarde) por las orillas del Mosa, con su amigo y su mejor biógrafo Ernest Delahaye se iban hasta la frontera prusiana a conseguir tabaco de contrabando. Quien había marcado a Rimbaud y la corte de poetas malditos fue Charles Boudelaire que realizó varios poemas dedicados y bajo los auspicios de la pipa a la cual considera su compañera inseparable (ya sea llena de opio o tabaco). Boudelaire definió los principios creadores de la poesía moderna, del simbolismo al surrealismo; su imagen de joven soñador se evoca en el célebre retrato “El hombre de la Pipa”, que Gustavo Courbet (también fumador de pipa) le hizo en 1847. La importancia de la pipa en su obra queda patente en “Los Paraísos Artificiales”: Estáis sentados y fumáis/ pero os creéis sentados en vuestra pipa y que es a vosotros a quien la pipa fuma/.
Por supuesto hay verdaderas pipas celebres, la Sociedad de Arte y Ciencia de Milán, descubrió en 1982, cuatro páginas que contenían bocetos de pipas de Leonardo da Vinci, de la época en que trabajaba para la corte del rey francés Luis XII. El monarca, que fumaba en pipa de barro, se quemaba habitualmente las manos y la boca, lo que hizo que encargara a Leonardo un diseño de una pipa muy especial. Otro museo guarda la pipa de otro genio, en el Smithsonian de Washington se muestra la pipa de Albert Einstein, igualmente era aficionado a seguir todos los pasos del ritual, y tras encenderla dedicaba unos momentos a la reflexión y contemplación. Se cuenta que Bertrand Russell, en 1948, agradeció a su pipa que indirectamente le salvara la vida; sucede que el avión en que viajaba a Noruega se estrelló en el mar y sólo se salvaron los pasajeros de la zona de fumadores. Russell fumaba constantemente hasta el punto de que el escultor británico Jacob Epstein, que le hacia un busto de bronce en 1953, le pidió que se sacara la pipa de la boca de vez en cuando para ver algo de su rostro.
Uno de mis favoritos es Hemingway, quien aguantaba largas veladas con su enorme pipa cargada en compañía de un buen ron. Cuentan que el escritor de “París era una Fiesta”, espetó a uno de sus pocos amigos de verdad: Nada de esto tiene importancia. Nunca me enfadaré si se trata de un amigo o de un enemigo que de verdad cuida su pipa. A bordo de la embarcación “Pilar”, en Cuba, pasaba horas pescando, siempre con un vaso de ron, su pipa, un libro abierto, hojas para escribir y un lápiz. Otro al que le gustaba el tabaco fuerte era Joyce quien pasaba muchas veladas en su casa frente al piano mientras fumaba una pipa con el mejor tabaco de Irlanda. Joyce andaba con bastón y fumaba en pipa como uno de sus personajes más famosos, Stephen Oedalus: ...rascó, encendió, chupó una sabrosa pipada..., después una bocanada densa, apetitosa, chisporroteante... Se dice que el primer contacto de Pablo Picasso con la pipa fue durante su nacimiento: ante la falta de llanto de la criatura, el médico que asistía a María Picasso encendió su pipa, y una bocanada del humo hizo que el pequeño Pablo rompiera a toser y a llorar. La personalidad de este genio, que dominó las artes visuales durante la mayor parte de la primera mitad del siglo XX, se forjó en el café Els Quatre Gats, un boliche al estilo parisino que fue el centro de la vida intelectual y artística de Barcelona, allí Picasso realizó su primera exposición y se enamoró de la pipa, el objeto que le acompañó durante toda su juventud, y adquiere gran presencia en su obra en la que abundan sus autorretratos con la pipa en la boca. Vincent Van Gogh también disfrutaba del tabaco, en una de sus pinturas memorables retrató su silla como una visión que simboliza la soledad, la silla de madera, muy sencilla, está vacía y sobre ella se ve una pipa y el saquito del tabaco, emblemas de lo sencillo y natural. Así mismo Marc Chagal, quien hizo de la pintura poesía y del tabaco el símbolo de sus nostalgias, inmortalizó como nadie otro tipo de disfrute del tabaco: el rapé, el tabaco que se masca; su pintura “la toma del rapé” evoca sus propios recuerdos, muestra la soberana figura del judío barbado y con rulos, que adquiere a través de los colores, rasgos de visión. Es un documento de la nostalgia que oscila entre sentimientos de cercanía y lejanía, cotidianeidad y exotismo, se lee en el libro, cifrado en letras judías: “Segal Moshe” que según Metzger es el nombre del artista que en Rusia se llamaba “Marc Chagal”. Un extraño fumador de puros, porque sólo fumaba cabos, y su palabra favorita no era puro sino “pero”, fue Bertolt Brech, él quería que su teatro se rebautizara como “el teatro de la épica del humo”, además seguía el ejemplo de Marx en cuanto a la elección del tabaco, fumaba puros baratos, de a penique, aunque generalmente recogía las colillas que se quedaban en la cuneta de la opera.
Desde mi escritorio veo nítidamente aquel miserable letrero, represor de humo. Fumar es en sí un acto íntimo y sólo las mentes totalitarias pueden concebir hacernos dejarlo por la fuerza. Hitler solía aconsejar a sus tropas y sus seguidores que no fumaran, en 1933, el Fiürer dijo bien alto: aquellos que no fuman ¡que me sigan! como si los no fumadores fuesen un grupo de elegidos o una raza superior. El régimen nazi fue uno de los mayores inquisidores contra el tabaco, estaba en contra de los fumadores, pero no tuvo reparo en reducir a cenizas miles de libros y más tarde millones de hombres, mujeres y niños; pero bueno, no todos lo que odian el tabaco son como Hitler, pero comparten su impulso fanático. Hasta Jung ensayó curar a Freud del vicio, y lo sentaba en un sillón para eso, como si fumar puros fuese igual que inhalar cocaína (por cierto Freud fumaba y jalaba).
Desde hace días que en estos ambientes fumar se me ha convertido en un vicio furtivo. Y es que en general las señales contra fumar están en todos lados: multilingües, visibles, compulsivas, legales, desleales. Los fumadores somos los nuevos excluidos y segregados del nuevo orden, cualquiera que sea, cuando me encontraba en la Venezuela bolivariana quedé maravillado al ver como ardía el fuego de la revolución, mas aún en verano, pero aquel fuego quemaba todo menos tabaco, ya sea por sendos anuncios o por ordenes de bellas azafatas bolivarianas teníamos prohibido fumar. Durante el acto oficial de declaración por parte de la UNESCO a Venezuela como “Territorio libre de analfabetismo”, junto a un compañero chileno nos escapamos a un descampado del teatro “Teresa Carreño” y encendiendo nuestros cigarros declaramos aquel sitio: “territorio libre para el tabaco”.
En el mundo político boliviano también pueden encontrarse figuras que tenían debilidad con el tabaco, pocos, pero existieron, el primer y único presidente que fumaba en publico fue Víctor Paz, varias fotografías oficiales lo muestran con su pipa, que junto al Poder fue su único vicio conocido; así mismo el escritor y político Augusto Céspedes era un empedernido fumador de cigarrillos, incontables anécdotas del “chueco” son comentadas por Mariano Baptista. Hace poco me mostraron una fotografía de Céspedes junto a Eduardo Galeano en la feria de libros de Frankfurt en 1986, ambos humeantes, junto a sus copetines muestran dos ceniceros, y dos cajetillas de cigarros, Céspedes ya fumaba con sus amigotes en su diario “La Calle” desde dónde se perfilaba el pensamiento nacionalista, junto a José Cuadros y Carlos Montenegro. Otros editores ahumados fueron los libertarios del legendario periódico “Arte y Trabajo” que quizá por el humo que echaban en cada noche y madrugada en que trabajan artículos y notas debía llamarse “Arte y Tabaco”; pero no sólo fumaban nacionalistas y anarquistas, sino también trotskistas, y de ley, como fue Gustavo Navarro, más conocido como Tristán Marof, quien de joven soñó ser el Espartaco boliviano pretendiendo establecer una versión modernizada del incanato donde, según la leyenda dorada, nadie padecía hambre ni carecía de techo, Marof fue el creador de la fórmula “Tierras al pueblo y minas al Estado”, fue un hombre de una época vitalista, romántica, revolucionaria, y tuvo como amigos íntimos a personajes como Mariátegui o Diego Ribera, además de fundar en el exilio el embrión de lo que ahora se conoce como el Partido Obrero Revolucionario. Quien no recuerda la imagen de Lechin con su infaltable pucho en los labios, aunque no esté encendido, el líder sindicalista había hecho de aquel cigarro el símbolo del “anarcosindicalismo” sin pausa. Todo lo contrario al tirano Banzer que reprimía todo lo que llevara barba, melena y fumara; pero el inicio de este cartelito de miércoles, de la censura, históricamente la inició la reina Victoria, ella opinaba que los puros eran repulsivos, largos y poco ingleses, aborreció de tal forma al tabaco que convirtió al palacio de Buckinggham en una especie de castillo inexpugnable para fumadores, fue de esa manera como la sociedad victoriana decidió odiar a su vez al tabaco y durante su época ni siquiera la mirada asesina de Jack el destripador era comparable con lo que recibía un caballero que osara fumar delante de una dama. Sin embargo “prohibido prohibir” ya era la frase de Oscar Wilde, siglos antes del mayo del 68, con el publico gritando “autor, autor!!” Wilde subió al escenario con un cigarrillo en la mano, no le importó que la realeza se encontrara en el palco del teatro St. James, viendo el estreno de “La importancia de llamarse Ernesto”, aquello sucedió el 14 de Enero de 1892, otro 14 de enero, del ultimo año del siglo XX, recuerdo el cigarrillo más biográfico y largo de mi vida, una madrugada de llovizna en Santa Cruz, nacía mi hijo, mi más importante Ernesto.
Profesionalmente, el tabaco se había transformado en la herramienta de los analistas en los tiempos en que Freud fumaba 20 puros al día, y algunos más por la noche, la pipa compañera de senda que me acorta el camino escribiría el padre del psicoanálisis en 1902 en el acta de la "sociedad de los miércoles", su tertulia, núcleo de la futura asociación freudiana. Sin embargo aquella relación es muy rara entre los míos, los pedagogos, una excepción fue Francesc Ferrer, quien plasmó en su escuela moderna las ideas básicas del pensamiento librepensador y libertario del siglo XX, éste pedagogo apostó por una enseñanza científica y racional no supeditada a los imperativos de la religión y del Estado. En 1898 por sugerencia de Kropotkin fundó un comité de preenseñanza anarquista con el propósito de hacer frente a la enseñanza religiosa y burguesa dominantes, se comprometió con el republicanismo insurgente de España y por esa razón murió frente a un pelotón de fusilamiento, acusado de autor de una insurgencia anticlerical, bien pudo el profesor Ferrer enfrentar al pelotón con un pucho en la boca.
Otro profesor, Luzuriaga, cuenta que John Dewey se fumaba bastantes cigarrillos en su época de estudiante del doctorado en filosofía en la prestigiosa Jhon Hopkins, y que continuaba aun cuando fue contratado como profesor en la Universidad de Michigan. Dewey que concibe la escuela como un espacio de producción y reflexión de experiencias relevantes de la vida social, solía fumar cigarrillos en el exterior de su cabaña en Hubbards, Nueva Escocia, frente a una máquina de escribir. Si bien no tiene fama de fumador, éste simpático hombre no tenía nada contra el tabaco y las ideas radicales, precisamente en 1906 levantó revuelo entre los conservadores norteamericanos al refugiar en su casa al revolucionario ruso y comprobado gran fumador Máximo Gorki, rechazado por los hoteles, y no precisamente por fumador. Fumador también fue el autor de “por una escuela del pueblo”, Célestin Freinet, un maestro de pueblo que tuvo el coraje y acierto de plasmar en la escuela los principios de una educación por el trabajo y de una pedagogía moderna y popular. Varias décadas después, si bien no consta a nadie que fumaba, A. S. Neill fundó un espacio educativo en el que fumar, no estaba prohibido, fue en Summerhill donde Neill llevó a cabo su ideario de una educación en libertad para un mundo más libre y feliz, un espacio educativo en donde lo académico quedaba a un segundo plano y el alumnado tenia incluso la libertad de asistir o no a clases, en 1960 se reedita el libro Summerhill en los EEUU, que cautiva al espíritu de la época, y Neill establece una estrecha amistad con el escritor Henry Miller, el gran fumador de pipas y de musas. Pero solo esos, existe una rara asociación entre el tabaco y los personajes que transgredieron las ideas y los modos de su tiempo en el campo educativo, menos aun el gran Paulo Freire, que fue todo menos fumador, en su obra sí había pedagogía, pero no tabaco para los oprimidos, incluso varias de sus metodologías fueron utilizadas por la UNESCO para campañas antitabaco en el mundo. Uno podría seguir escribiendo y escribiendo más historias, aunque sea para demostrarles que el humo es productivo. Me viene a la memoria unos versos de uno de los mejores poemas que recuerde: “Tabaquería”, digno de ese fumador solitario que fue Pessoa, son meditaciones de un empleado de tabaqueria, la conciencia inicialmente desgarrada entre el exceso de la realidad del mundo exterior y el sentimiento de irrealidad de todo:
“..Me incorporo a medias con energía, convencido, humano,
y voy a tratar de escribir estos versos
en los que digo lo contrario.
enciendo un cigarrillo al pensar en escribirlos
y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.
Sigo al humo como a una ruta propia,
y disfruto, en un momento sensitivo y competente,
la liberación de todas las especulaciones
y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia
de encontrarse indispuesto.
Después me echo para atrás en la silla
y continúo fumando.
Mientras me lo conceda el destino seguiré fumando”.
Raúl Alberto Álvarez
Pedagogo humeante
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